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O site do Ineac reproduz aqui o artigo do sociólogo Pedro José Garcia Sanchez, professor de Sociología da Universidad de Nanterre. que foi publicado no CLARIN : https://www.clarin.com/revista-enie/ideas/venezuela-desamparo-indecible_0_NifWm56da.html
Una crisis sin desenlace
El vértigo informativo que desde hace años predomina sobre “la crisis venezolana” termina por relativizarlo todo: dramas, injusticias y tragedias a diversa escala se suceden, se cabalgan, se substituyen. “No saber qué ni cómo”, además de letanía, se vuelve fácilmente conclusión. Entre instituciones públicas que no reconocen los problemas y ciudadanos conminados a oscilar entre Kafka y Orwell, ¿qué hacer con la opacidad, la incertidumbre y el desamparo predominantes? El proceso de deterioro parece infinito y todo esfuerzo comunicativo o cognitivo es parasitado por la sospecha permanente cuando dicha tríada define la realidad. Estas “maneras de no saber” se imponen como sombras y condicionan a los individuos a alienarse de sus fuentes vitales. La forma de “negacionismo” político, humanitario y societal sobre el que ha desembocado el chavismo gubernamental en su fase Maduro-terminal, encuentra allí su fundamento.
Desde 1999 el chavismo gubernamental ha basado su acción en la creación de una institucionalidad paralela, clientelista, cuyas derivas mafiosas se multiplicaron hasta desequilibrar completamente la sociedad venezolana. Las decenas de “misiones” que han definido 20 años de política social bolivariana sirvieron para concentrar presupuesto y clientela en administraciones paralelas ideales como mecanismo de control, pero pésimas como instancias de cooperación y/o coordinación de la acción pública. Observar hoy el irónico boomerang de una Presidencia de la República bicéfala, no solo revela los temibles logros sociopolíticos del chavismo gubernamental, sino también su interpretación táctica de la historia contemporánea de Venezuela.
Fuerzas de seguridad del presidente Nicolás Maduro cargan con tra la multitud. REUTERS/Manaure Quintero
“La comunidad” y “la necesidad” Frente a la disminución distributiva de petrodólares, la Venezuela surgida del Caracazo de 1989 se fragmentó hasta anclar la figura segmentaria, pero “políticamente correcta”, de lo comunitario, como fundamento principal del bien común. Un signo inequívoco de esta deriva fue el que los habitantes hiciesen de la vigilancia privada y del encierro residencial un modelo, en lugar de organizarse para reconquistar la tranquilidad pública frente al auge de la criminalidad. Los años 1990-2000 generalizaron lo “comunitario” en otros ámbitos (educación, salud…) volviéndolo un referente popular inmune a las críticas. El chavismo gubernamental entendió la utilidad político-tribal que hace de “la comunidad” la sustituta de la res publica. Los intereses compartidos en reagrupamientos parciales se volvieron la base de la ciudadanía bolivariana. El chavismo gubernamental entronizó así una forma organizativa de lo social estructurada a expensas de lo público, de sus instituciones y problemas, al mismo tiempo que ajena a sus circunscripciones, posibilidades y control. El ejemplo de los “colectivos”, bandas armadas criminales que Maduro defiende “porque son gente buena, patriota y sacrificada”, simboliza, además, una cúspide del cinismo sociológico cívico-paramilitar local.
La última instancia de su concepción populista del pueblo es la otra clave: hacer que la necesidad sea imperiosa y que todo dependa de ella. Fortaleciendo la necesidad como eje organizativo, el chavismo gubernamental la vuelve vinculante: al grito ineludible de la necesidad responderá el “todo vale” revolucionario. El botón de la economía redistributiva a la venezolana se interesa en “lo necesario” del petróleo: no sus posibilidades energéticas o medioambientales, sino el dinero, prebendas y “favores”. Del “excremento del diablo”, interesa su cambio rápido en divisas, gastar lo que se pueda (y lo que no también) sin el escollo de tener que rendir cuenta de lo que se hizo. Las dimensiones grotescas alcanzadas por el desastre económico de la sucesión gubernamental Chávez-Maduro, y lo que la ausencia de Estado de Derecho produce, encuentran aquí sus razones.
Muchos siguen sin (querer o poder) entender la eternización de la crisis venezolana: su proceso, sus responsables, sus dolientes, sus muertos, sus olvidados, la progresividad de un deterioro en todos los ámbitos y que alcanza al 95% de la población. De la popularización de la apropiación-expoliación de lo público como necesidad, al condicionamiento totalitario como política de Estado había un trecho que el chavismo gubernamental se acostumbró a transitar en el ultimo decenio. Los ríos de gente que abandonan por cualquier medio la patria emblemática del “Socialismo del siglo XXI”, en el éxodo hemisférico más importante del último medio siglo, son un indicador incontestable.
El motor siempre fue la concentración hegemónica del poder, a cualquier precio. La presidencia de la Asamblea Nacional Constituyente aclaró: “Nunca más entregaremos el poder político”. Si los demócratas no están preparados para manejar esto, podemos, sin embargo, ver así el alcance de una prestidigitación política: convertir las elecciones en el instrumento que permite aniquilar las garantías democráticas, al evacuar del voto su secreto y su significación como acto libre. La atribución perenne de responsabilidades electorales a los “leales al proceso” completa este modelo de “hacer como si”, con el que la perpetuidad en el poder se instala, además, como el único tiempo posible de lo político.
De allí a la tragedia actual fue cuestión de tiempo. Pensemos en una hidra desplegándose: avanza seduciendo, subyugando, parasitando todos los espacios. ¿Cómo lo logra? Controlando cada aspecto de la vida cotidiana y ganando tiempo. Entre cortes de electricidad, racionamiento de agua, terror “colectivo” sabia y territorialmente distribuido y escasez de alimentos y medicinas, la hidra envuelve a los individuos. Se abre el grifo de la resignación. Al dar a su gobernabilidad trágica, una apariencia eterna, el chavismo gubernamental y sus aliados siempre ganan, y no solo tiempo.
Elizabeth Burgos ha mostrado cómo la corrupción ha sido el elemento de cohesión en los equilibrios delicados que, entre civiles y militares, definen el pantano venezolano. Sin presión definitiva, el Gansterstaat venezolano continuará aplicando el abecedario político castrista triunfante durante 60 años en Latinoamérica y África. ¿De qué modo? Llamando al diálogo cuando está en apuros (así sigue ganando tiempo), destruyendo toda negociación con intransigencias, mentiras, represión de masa o “quirúrgica” y asesinatos, hasta que recomience un nuevo ciclo. El mundo occidental debe ocuparse de problemas evitables. Debieron asegurar las condiciones de alternancia democrática de las que disfrutaba Venezuela a la llegada del chavismo gubernamental y de sus propias sombras internacionales. Interdependencia cubana, deuda china, vasallaje hacia los rusos y aprendizaje de “métodos” de los imperialismos árabes son la columna vertebral de la geopolítica bolivariana.
En el 2017 precisamos en Le Monde cómo un “totalitarismo a cuenta gotas” estaba instalándose en Venezuela. Advertimos que si no había respuestas prontas y contundentes de parte de las sociedades democráticas, la crisis venezolana se extendería a escalas inconmensurables, afectando los gobiernos y políticas sociales de los países vecinos y del continente. Recurrimos a la metáfora siria para hacer entender el acabose que venía en términos de éxodo, de bancarrota económica, de obscenidad política y de vulneración social. En febrero pasado puntualizamos como se normaliza la “voluntad de exterminar”.
¡Bienvenidos a la jungla!
“Usted se encontrará frente a un animal salvaje. Todos sabemos que la debilidad del otro despierta el instinto de caza. Si su miedo se manifiesta, el animal se percata. Si intenta huir, el animal lo acorrala. Pero si se queda inmóvil, sin moverse una pulgada, quizás el animal no advertirá su presencia. Escóndase en el rebaño sabiendo pertinentemente que otro será la presa”.
Con estas palabras, Rubén Östlund en The Square (Palma de Oro en Cannes 2017) acompaña la entrada en escena de un actor que imita un primate suelto en el medio de los humanos. Primero la cercanía del “animal” divierte a los invitados. Luego, cuando su actuación in crescendo amenaza con prolongarse ad infinitum, van perdiendo toda consideración para con ellos mismos. Vemos entonces como un proceso de “descivilización” toma forma y nos convierte a todos en conejillos de india del laboratorio totalitario. ¿Cómo una tensión relacional aumentada para saquear hasta el último resquicio de espontaneidad puede, incluso desde el estupor, ser soportada? ¿Qué subterfugios y omisiones permiten mantenerse contemplativos, o simplemente alarmados, ante la destrucción de lo civil y lo social, participando así a la ruina de “la democracia como modo de vida”?
El sometimiento destilado por cuenta-gotas forja un desamparo indecible. Que el país donde existe un vice ministerio para la Suprema Felicidad Social del Pueblo desde el 2013, sea el mismo en el que la Asamblea Constituyente promulga en el 2017 una Ley contra el Odio y por la Cohabitación Pacífica y la Tolerancia que somete aún más los insumisos al poder, y donde se oye gritar al unísono “Al paredón, al paredón, al paredón” frente al señuelo Guaidó, hace resonar la tradición orwelliana: “La Guerra es la Paz. La Libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza”.
2019: regreso de la Venezuela civil ¿Qué significa “triunfar” para el chavismo gubernamental? Preguntemos además, después de cada elección, ¿la paz social, la tranquilidad pública, la calidad de vida o la confianza colectiva en la acción pública ocuparon alguna agenda común con una oposición compuesta hoy día por tres cuartos de antiguos chavistas? No. ¿Hubo menos escasez de alimentos básicos y medicinas? Tampoco, salvo para algunos privilegiados que muestran aún su fidelidad revolucionaria.
Hoy, cuando la guerra asimétrica contra los civiles cultiva los más bajos instintos y extiende el caos, hay una transición en marcha. La dinámica política encabezada por el presidente interino Juan Guaido, la Asamblea Nacional y la generación del 2007 representan una oportunidad única, pluralista y democrática para voltear la página del bolivarianismo salvaje. En un campo minado por la binaridad excluyente y la polarización inducida, el acceso libre e igualitario de la ayuda humanitaria internacional, el cese de la usurpación institucional, la realización de elecciones libres y totales como punto de partida de la refundación ciudadana, marcan la ruta. Las democracias occidentales, los organismos multilaterales y las ONG humanitarias así lo han reconocido, apoyando así el regreso de una Venezuela Civil, con su civismo sin uniforme y su atención a los dispositivos políticos y sociales que hacen que el otro, con sus críticas y sus diferencias, no desaparezca. La coalición internacional que ha ido formándose en el 2019 debe ofrecer los medios para que una justicia transicional y sin fronteras pueda avanzar. He allí el desafío que, más allá de las creencias, requiere nuestra atención, vigilancia y empatía.
García Sánchez es profesor de Sociología en la Universidad de Nanterre.
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